jueves, 18 de abril de 2013

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Trozos de piel muerta se han adueñado de mis rodillas. El tiempo resbala como derretido, suave y extremadamente lento.
Los días me han demostrado que el aire tiene fecha de caducidad y que todo peso que cae apunta directamente a la boca del estómago.
Es lo más doloroso, sentir el peso sobre tu peso, oprimiéndote los pulmones.

Cuando tropecé, las piernas me temblaban. Había alcanzado el estruendo absoluto y comenzaba a sentir vacío en los oídos. Las manos en los ojos y
sonreír a cámara lenta, como solo saben hacerlo los que han llorado. Como extasiada. Como si detrás de las trincheras descansase la paz eterna. Giraba
el mundo y la arena de los parques escocía en los ojos, la vista nublada encallaba en el suelo y
los bancos del parque me llamaban por mi nombre. Me sentí flotar despacio, como vibrando. Me sentí por primera vez en mucho tiempo, consciente de todo mi cuerpo. Consciente del todo de la inmensidad respirada, de los espasmos bajo mis huesos.


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