Y antes de dormir ya te soñaba y escribía surcos en la Tierra mojada.
Lloraba noches frías, a carcajadas me consumía entre la hiedra
que se me enredaba
y me asfixiaba lentamente.
Parecía como si todo se hubiese diluído entre el humo del cigarro, como almas en pena o penas sin alma, distantes, enrevesadas como enredaderas rabiosas y calmadas como chinches sin colchones.
Entretanto yo seguí escribiendo, flotando en el agua tibia del océano Atlántico, después de lo que parecían siglos, a la sombra del sol frío que abrasaba.
Trataba de olisquear desgastes y desviaciones y me daba de bruces una y mil veces contra pieles sin caricias, contra ocasos sin sonrisas.
Y al final todo era plástico, falsedad, trampas a medio formar y universos de corta vida.
Y sumergirse entre su arena ya no era una opción, ni un anhelo, ni siquiera posible, eran solo los resquicios de lo que no volvería ni a patadas, ni a sorbos, ni a base de ruegos ridículos...
Sólo era trepar a los árboles y enraizarse en las copas huecas
donde el eco de las gargantas chocaba contra nuestro pecho repleto de nada.
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