lunes, 27 de junio de 2011

Era una mañana soleada
una agradable brisa peinaba las copas de los árboles
al fondo se oía el susurro del mar.
Sinceramente el murmullo externo no me dejaba reconciliarme con una Claudia a la que hacía ya semanas extrañaba.
Me quería volatilizar, fluir con el mar y romperme con las olas, sedienta, sin temor.
Ella estaba allí, vestida de blanco, dura, rocosa. Me sonreía pero sus ojos me desafiaban, era una musa negra y distraída con tonos rojos que me excitaba hasta límites insospechados.
Creo que en algún momento me enamoré.
Supongo que son estas sensaciones que tenemos a veces, sensaciones que dejan atrás los horribles raciocinios a los que a veces nos somete(n)mos.
Supongo que supe fluir con la brisa que me besaba en los labios, me peinaba y despeinaba y me ponía cabeza abajo con los pies aún en la tierra.
Por un momento supe ser, estar, dejar de aparentar, de pensar.
Supe vaciarme y llenarme de Nada.
Creo que en algún momento creí estar mimetizada con el aire, mi corazón se rompió pero qué más daba, yo había aprendido a Volar.

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