Oscilaba su cabeza al ritmo de la música, su pelo raro (ni corto ni largo, ni rubio ni moreno) ondeaba dibujando extrañas siluetas que se confundían con las miles de sombras que plagaban su habitación de interrogantes. La música sonaba fuerte, con ritmos sincopados y acordes de dub que, junto con la marihuana, hacían que se elevara hacia un estado de hipersensibilidad, mecida por las notas que casi podía tocar.
Pensaba en sus Sueños, tan (ir)reales como capaces de elevarla al cielo o arrastrarla por los suelos. Demasiados para no tenerlos en cuenta, demasiado pocos para preguntar o pedir opinión a otros...quizá demasiado importantes, demasiado íntimos...demasiado avergonzantes.
Aún podía recordar, aún podía sentir cómo había soñado su aliento, su piel suave y firme que rehuía y se dejaba tocar a partes iguales, que lloraba a gotas calientes, víctima del bombeo de dos cuerpos que se contraían acompasados, víctima de los latidos desmesurados que golpeaban su pecho, víctima del elixir que emanaba de sus bocas, de sus cuerpos, de la fuerza que destilaban sus poros, rabiosos. Uno...dos...uno...dos...arriba...abajo...arriba...abajo... casi podía notar cómo había creído estar tocando el cielo con la punta de los dedos, sus dedos...y de repente un parón.
No.
Un vacío, una irrealidad elevada a la máxima potencia, un agujero negro comparable solo al vacío existencial producto de una gran pérdida.
Y entonces todo se volvía una amalgama de sensaciones truncadas y el mundo se ponía del revés, todo marchaba a la velocidad de la luz y ya no había más que aleteos, pataleos, movimientos exacervados de cabeza, manos, pies, dedos...todo se oscurecía o adquiría una luz casi cegadora en cuestión de segundos, y a veces era tirarse al suelo y quedarse en estado catatónico y otras era dar puñetazos a la pared y gritar y sacar por la boca sapos y culebras. Y quedarse sin voz y sin nada que decir y volver a empezar, y volver a acabar.
Y de nuevo la soledad.
Y de nuevo la realidad.
El humo del porro, casi consumido, aún dibujaba círculos caprichosos que, efímeros, se perdían entre el vacío que volvía a reinar en aquella habitación.
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